TS Kuhn y su obra
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El lunes 17 de junio de 1996 falleció él filosofo de la ciencia más importante del siglo, Thomas Samuel Kuhn, autor de La estructura de las revoluciones científicas; obra que transformaa la manera de entender lo que es la ciencia, y la forma como ocurre se desarrolla históricamente.

Thomas Samuel Kuhn nació en Cincinnati, EUA, en 1922.Estudio física en la Universidad de Harvard. En 1954 obtuvo la beca Guggenheim. Fue profesor en la UC Berkeley, Princeton y el Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde trabajo en el Departamento de Lingüística y Filosofía; también se desempeñó como profesor de filosofía e historia de la ciencia programada en el Programa de Ciencias, Tecnología y Sociedad y obtuvo el nombramiento de profesor de filosofía por la Institución Laurance S. Rockefeller.

1962 es un año que representa un parteaguas en la historia del pensamiento, pues durante él, Kuhn publicó su obra "La estructura de las revoluciones científicas" cuya segunda edición (1970) fue traducida al español por el Fondo de Cultura Económica en 1971. El mundo del conocimiento no fue el mismo a partir de ese momento, y bien puede hablarse de la historia y de la filosofía de la ciencia "antes y después Kuhn" pues este autor plantea en ella una concepción del quehacer científico, radicalmente diferente a la manera tradicional en la que se había manejado.

Kuhn Introdujo en la Filosofía de las Ciencias un componente histórico y sociológico, pues, para él la ciencia está determinada por las condiciones históricas concretas en las que se produce y el criterio de validación del conocimiento científico no radica en los experimentos o en "la aplicación del método científico", sino en su aceptación por un grupo humano, la comunidad científica de determinada época. Semejante afirmación rompe con todos los esquemas derivados del positivismo, y coloca la validez de dicho conocimiento en un nivel de relatividad, en el que los complejos argumentos de la lógica ocupan un lugar secundario, postura aparentemente descarnada, porque la idea de que el criterio de cienticifidad depende de una comunidad científica se ha probado de manera contundente por medio del estudio de la historia de las ciencias.

Se afirma constantemente que el desarrollo histórico del conocimiento científico se lleva a cabo de manera lineal, pues, "en el transcurso del tiempo se han producido poco a poco nuevos descubrimientos, que sumados a los anteriores van marcando el camino del progreso del saber humano en la búsqueda de la verdad". Esta perspectiva idílica y romántica de las cosas sostiene que la ciencia avanza gradualmente (gradualismo), pero fue refutada de manera contundente por Kuhn, quien demuestra que, sobre la base de la historia de la física y de algunos conceptos de la historia de la química, la ciencia lejos de avanzar de dicha manera lineal y gradual lo hace en forma discontinua, esto es, por medio de rupturas que él denomina revoluciones científicas. El pensamiento de Kuhn consta de un conjunto de conceptos con los cuales pretende explicar el desarrollo de las ciencias, y el más importante de ellos es el de "paradigma", entendido como "una realización científica universalmente reconocida que, durante cierto tiempo, proporciona modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica" (Kuhn, 1971).

El paradigma es un concepto o sistema de conceptos teóricos que domina a una ciencia en cada periodo de su historia, que organiza y dirige la investigación científica de acuerdo con cierta orientación, permitiendo el surgimiento de varias concepciones e impidiendo el desarrollo de otras; es el conjunto de conceptos centrales que validan y unifican una disciplina científica en determinado momento histórico y que son juzgados a su vez por la comunidad científica de su época. En consecuencia, la teoría de Kuhn sostiene que una ciencia se constituye como tal hasta el momento en que cuenta con verdaderos paradigmas; así, cuando un paradigma o el conjunto de ellos sustituyen a otro ocurre una revolución científica.

En La estructura de las revoluciones científicas, Thomas S. Kuhn destaca el carácter de la ciencia como un fenómeno social y, en consecuencia, se entiende que la aceptación o rechazo de determinados conceptos o conjuntos de éstos no depende precisamente de su objetividad, sino de la manera como sean recibidos por una comunidad científica en un momento particular. La noción de paradigma introducida por Kuhn para entender el cambio científico implica el grupo de valores y presupuestos teóricos y metodológicos que son compartidos por esa comunidad en una etapa histórica determinada (Kuhn, 1971). Por tanto, un paradigma consta de conceptos, modelos o esquemas explicativos que validan y unifican una disciplina científica en ese momento dado (Kuhn, 1971). De acuerdo con ello, todo lo que se piense, diga o haga respecto a la ciencia en cierta etapa histórica será considerado como falso o verdadero, correcto o incorrecto, sobre la base de un criterio determinado por un grupo humano, más que por el objeto o proceso mismo que se estudie. Este es un planteamiento de gran trascendencia, pues nos muestra a la ciencia en toda su dimensión sociohistórica, ya que, en última instancia, son los hombres quienes determinan su desarrollo. Esto puede ejemplificarse con el concepto de que la ciencia puede acercarse a la verdad, mas nunca tocarla, siendo su comportamiento algo análogo a una curva asintótica.

A partir del paradigma se generan enigmas que son los aspectos no resueltos completamente por éste y nuevas preguntas que se derivan de él. Para Kuhn existen dos tipos de ciencia, la extraordinaria o revolucionaria, que se refiere a los periodos en los cuales surge un paradigma, desplazando frecuentemente a otro, y la normal, que se desarrolla en la etapa en que la comunidad científica opera de acuerdo con un paradigma y se dedica en exclusiva a la resolución de los enigmas planteados por éste.

Los paradigmas no son verdades completas e inamovibles y dejan muchas cuestiones como dudas por resolver; así, cuando un paradigma pierde la capacidad de dar respuesta a las interrogantes que surgen en relación con él y poco a poco se generan más evidencias que lo contradicen, éste comienza a perder credibilidad entre ciertos sectores de la comunidad científica, aunque otros más tradicionales lo defiendan a toda costa. Es en esos momentos cuando empiezan a generarse las revoluciones científicas, que culminan en el surgimiento de un nuevo paradigma que explique nuevas preguntas, o bien, en muchos casos, en la sustitución del anterior por uno nuevo.

El periodo que transcurre entre una revolución y otra es precisamente el de la ciencia normal, y el de ciencia extraordinaria es en el cual se da la revolución científica, pero, entre revolución y revolución, los investigadores hacemos ciencia normal, y en condiciones especiales, cuando un paradigma entra en crisis, algunos individuos con visión privilegiada impulsan una revolución científica.

Un paradigma es, como señala Trabulse, el esquema explicativo y el cambio en él constituye la revolución científica (Kuhn, 1971; Trabulse, 1974). Kuhn explica: "la decisión de rechazar un paradigma es siempre simultánea a la de aceptar otro, y el juicio que conduce a ella involucra la comparación tanto de ambos paradigmas con la naturaleza como entre ellos mismos" (Kuhn, 1971). El cambio de paradigma acarrea una nueva perspectiva de la realidad: "En el mundo del científico, los que eran patos antes de la revolución serán conejos posteriormente" (Kuhn, 1976). Las revoluciones son episodios en los que una comunidad científica abandona la manera tradicional de ver el mundo y ejercer la ciencia, en favor de otro enfoque de su disciplina, por lo regular incompatible con el anterior (Kuhn, 1982).

Cuando los paradigmas entran en rivalidad con nuevos conceptos o teorías en un proceso de cambio o revolución científica, nos encontramos con un cambio "teórico", en el cual los términos científicos adoptan nuevos significados, siendo irreductibles los "enunciados teóricos" de un paradigma a otro (Kuhn, 1971), lo que implica el uso del lenguaje y de formas de expresión que los partidarios de las nuevas concepciones no comparten con quienes sostienen las posturas anteriormente establecidas; esto también se ha denominado inconmensurabilidad ontológica, pues los elementos presentes en una teoría determinada no comparten enunciado alguno con teorías distintas. Tal aspecto lleva aparejada una "inconmensurabilidad sociolingúistica", pues los individuos no pueden comunicarse entre sí por los diferentes lenguajes que utilizan y son comunes sólo a ellos.

Para Kuhn, la comunidad científica es un grupo lingüístico, pues la utilización social de la palabra por sus miembros, la forma específica del habla cotidiana con términos técnicos y viceversa, la formalización de un lenguaje técnico que pasará a ser, por obra de tal comunidad, de uso cotidiano, esa es la específica fundamentación social del conocimiento científico El resultado último es que la epistemología de ese conocimiento se reduce en parte a la sociología de la ciencia, y ésta a la sociología de sus sujetos específicos, los científicos en su propia interacción lingüística y con la sociedad en su conjunto, es decir, la sociología de la comunicación científica que comparte una jerga específica, en cuyo uso correcto ha sido socializado el aprendiz de científico. El aprendizaje del uso correcto de una lengua científica, junto con el manejo de los instrumentos que ponen en operación sus argumentos lógico-deductivos, son la piedra angular de la metodología científica; se trata, pues, de un aprendizaje en absoluto distinto en lo formal al de cualquier otra lengua natural (Lamo, 1993).

La palabra inconmensurabilidad es muy llamativa y sugerente, pues nos permite entender el aislamiento y la incomunicación que se da entre los partidarios de dos teorías sucesivas o rivales, que "hablan lenguajes diferentes", y el habla de teorías diversas es la contraparte lingüística de los mundos diferentes que habitamos, pudiendo pasar de un lenguaje a otro por medio de un cambio psicológico gestáltico, pero no por medio de un proceso de entendimiento. El nuevo uso filosófico del vocablo inconmensurable es producto de las conversaciones entre Paul K. Feyerabend y Thomas Kuhn en la Avenida del Telégrafo de Berkeley, en 1960, y se inspiró en la matemática griega, en la cual significa "sin medida común" (Hacking, 1996). Se trata de un concepto muy fructífero que puede tomar significados más allá de la inconmensurabilidad lingüística, como es el caso de la imposibilidad de comunicación entre los integrantes de diferentes estamentos gremiales, circunstancia que nos coloca ante una inconmensurabilidad socioprofesional (Ledesma Mateos y Barahona, 1999).

El establecimiento de un paradigma se ve reflejado en el surgimiento de nuevos libros de texto, los cuales determinarán la formación de los jóvenes científicos dentro del marco de los nuevos paradigmas; al respecto el propio Kuhn escribe: "En los libros aparecerán soluciones a problemas concretos que dentro de la profesión se vienen aceptando como paradigmas, y luego se le pide al estudiante que resuelva por sí mismo, con lápiz y papel o bien en el laboratorio, problemas muy parecidos tanto en método como en sustancia a los que contiene el libro de texto o los que se han estudiado en clase. Nada mejor calculado para producir 'predisposiciones mentales' o Einstellungen", lo cual le dará a un científico en ciernes la convicción de que, con el despliegue de su ingenio, podrá resolver problemas en el marco de un paradigma determinado (Kuhn, 1982). El científico formado dentro del marco de un paradigma se incorporará al ámbito de la ciencia normal, cuya actividad primordial es la resolución de enigmas, los cuales implican problemas que retan y ponen a prueba al científico, nunca al paradigma, por lo que, si las cosas no resultan como se pensaba, el error es del científico y no del paradigma, y sólo cuando se comprueba que en otras manos tampoco es posible la resolución de un problema aparece la anomalía que, de generalizarse, comenzará a poner en duda el paradigma en cuestión (Kuhn, 1982).


Para el pensamiento contemporáneo el mérito de Kuhn ha sido enorme, pues si bien es cierto como señala Ian Hacking (1985) que la idea de revolución científica no es nueva, ha sido adoptada también por la epistemología francesa en la obra de Gaston Bachelard (1948), quien desde los años veinte comenzó a utilizar en gran medida la noción de "cortes", mutaciones o rupturas en el curso del desarrollo científico. Por su parte, el francés Alexander Koyre (1957-1977), utilizando el ejemplo de Galileo plantea la importancia de una revolución en la forma de pensamiento, haciendo a un lado el énfasis en la experimentación, idea difundida por Herbert Butterfield (1957). Tanto Koyre como Butterfield, entre otros, son reconocidos por Kuhn como sus predecesores; sin embargo, eso no resta importancia a la labor del autor de La estructura de las revoluciones científicas, pues fue a partir de tal obra cuando comenzó a difundirse esta concepción, ya que además, al hacerlo en idioma inglés, pudo influir en muchos de los círculos científicos más consolidados. Por otro lado, la manera como inserta el concepto de revolución científica en el seno de todo un marco teórico como el que elabora le da mayor coherencia y posibilidad explicativa.

Otra vertiente de la concepción discontinuista del desarrollo de las ciencias se encuentra en las obras de Michel Foucault (1966, 1968, 1970), y de Georges Canguilhem (1976), quienes influenciados por el pensamiento de Gaston Bachelard han generado interesantísimas formulaciones acerca del desarrollo del conocimiento de la vida, además de estudiar la historia de la locura y de la medicina, y planteamientos de gran valor acerca de la relación entre el conocimiento y el poder, los cuales son muy cercanos al enfoque kuhniano, al cual complementan y enriquecen.

La obra de Kuhn de 1962 genera en torno a su categoría de paradigma una transformación radical de la historia y la filosofía de la ciencia, y acerca de ella ha surgido gran número de polémicas entre quienes son partidarios de las nuevas ideas y aquellos que han intentado mantener la visión lineal y acumulativa del progreso científico, buscando sujetar una actividad humana altamente compleja, como es la ciencia, a rígidas estructuras lógicas, ancladas en la visión positivista de finales del siglo XIX.

La riqueza y el carácter controvertido de las tesis de Kuhn llevó, por ejemplo, a que en 1965 se celebrara en Londres el Coloquio Internacional de Filosofía de la Ciencia, donde se confrontaron con rigor las ideas de diferentes teóricos de la ciencia (Lakatos, 1975). Como señala Hacking: "muchos otros trabajos tuvieron ideas relacionadas, cuyo momento había llegado, pero la potencia, la simplicidad y el vigor del análisis de Kuhn fijaron la pauta. Cualquiera que se interese en la filosofía de la ciencia tiene que leer su libro" (Hacking, 1985). Sin embargo, en el año de 1974 Kuhn escribe un trabajo titulado Segundos pensamientos sobre paradigmas, en el cual pretende hacer una revisión autocrítica de su teoría, y en especial del concepto de paradigma. Esto lo hace en respuesta a la crítica de que fue objeto, relativa a la manera poco especifica como utiliza dicho concepto en La estructura de las revoluciones científicas, pues se ha dicho que son 22 las diferentes acepciones empleadas en el libro.

Para aclarar esto, en sus Segundos pensamientos sobre paradigmas Kuhn sostiene que existen dos sentidos en el uso de ese término. Hay un sentido totalizador, que "comprende todos los compromisos compartidos por un grupo científico", existiendo además otro, que "aisla un tipo particularmente importante de compromiso, y que constituye por tanto un subconjunto del primero". Kuhn se autocritica cuando plantea que "el paradigma se asemeja a una entidad o propiedad cuasi mística que, como el carisma, transforma todo lo afectado por él". Esta posición no es clara, y por ende resulta excesiva en sus alcances, tal como se aprecia en la manera como Kuhn se refiere (en esa misma página) a la transición de un periodo preparadigmático al paradigmático que todavía cree, pues "...este modelo es típico e importante, pero se le puede examinar sin hacer referencia a la primera consecución de un paradigma" (Kuhn, 1978). Lamentablemente, puede decirse que estas nuevas afirmaciones del propio Kuhn, no son explicadas de manera adecuada, y eso hace que su argumentación resulte débil y de menor alcance respecto a su obra inicial.

En relación con la obra Segundos pensamientos sobre paradigmas, Frederick Suppe afirma acertadamente que las sugerencias de Kuhn "son demasiado importantes y en potencia demasiado valiosas para ser nubladas u obscurecidas por tales ejercicios de validación, y deseo que deje de poblar la ciencia con nuevas entidades, de modo que podamos tener más fácil acceso a esas sugerencias... "(Suppe, 1978). Para la interpretación de la historia de la biología a que se refiere el presente trabajo, y que pretende circunscribirse al marco del pensamiento de Kuhn, esta última apreciación realizada por Suppe resulta plenamente apropiada. La visión de Kuhn rompió con todos los esquemas de su época, y si bien es cierto que otros antes que él tuvieron ideas similares, su mérito radica en la claridad y contundencia de su exposición, y en la manera como fue capaz de difundir sus tesis. Por ello, a partir de la publicación de la obra mencionada, ocurrieron eventos en distintos lugares del mundo para debatir sus ideas.


La visión kuhniana también rompe con el clásico cuento de "los granitos de arena", cuya idea es que el conocimiento científico avanza al acumularse la información, pues: "cada científico trabaja intensamente, y como cada uno aporta su granito de arena, al paso del tiempo se va construyendo el gran edificio del saber" (¡qué cursi!), pero efectivamente semejante versión idílica de las cosas es la que aparece en las concepciones tradicionalistas de la historia de las ciencias. Algo muy distinto es afirmar que la ciencia avanza por cambios bruscos, que implican fuertes modificaciones en la manera de ver el mundo y la ciencia, esto es, por revoluciones científicas que llevan a la aceptación de nuevos paradigmas y al desplazamiento o rechazo de los anteriormente vigentes, proceso que está determinado por un grupo humano que es la comunidad científica de determinada época.

La ciencia avanza por rupturas, su progreso es discontinuo y, de acuerdo con ello, las nuevas teorías no desplazan a las anteriores porque sean más correctas o mejores, sino porque se han generado las circunstancias para aceptar nuevas soluciones a los problemas y a las preguntas planteadas; así, la comunidad científica llega a poner en duda un paradigma establecido, el cual no puede resolver los enigmas derivados de él, y día con día surgen elementos contradictorios que dan lugar a una crisis. Los paradigmas adquieren su estatus como tales, debido a que tienen más éxito que otras formulaciones en lo que toca a la resolución de algunos problemas que dicha comunidad ha reconocido como importantes.

Un caso que he venido trabajando, basándome en las ideas de Kuhn, es el de la constitución de la biología como ciencia pues, por ejemplo, la aceptación de que la célula es la unidad mínima anatómica, fisiológica y de origen- de todos los seres vivos, lo que se denomina "la teoría celular", postulada por Schleiden y Schwann en 1838, tuvo que desplazar otras anteriores de gran prestigio, siendo la principal de ellas la teoría fibrilar todos los cuerpos vivientes tienen como mínima expresión la fibra. La teoría celular se convierte pues en paradigma hasta conseguir que la comunidad científica reconozca que la entidad mínima de la que están hechos los cuerpos de todos los seres vivos es la célula desde las bacterias hasta el hombre, y que no hay nada más sencillo ni con una funcionalidad plena; sin embargo, esto ocurre hasta la segunda mitad del siglo XIX, aunque la célula haya sido "descubierta" más bien deberíamos decir "vista" en 1665 por Robert Hooke.

La ciencia para Kuhn no se hace por la acumulación de descubrimientos o invenciones, sino por la generación de teorías y conceptos que desplazan a otros anteriores. Esta posibilidad depende de las condiciones históricas y sociales de una época determinada, las cuales van cambiando con el tiempo. En su libro cita al Premio Nobel Max Planck, quien afirmaba que "un nuevo conocimiento no triunfa por el convencimiento de sus adversarios, sino porque éstos se mueren y viene otra generación dispuesta a aceptar nuevas cosas" (Kuhn, 1971). Esta es una realidad de la dinámica científica que Kuhn nos reveló con gran rigor en su concepción integral de la ciencia, es decir, en "una teoría de la ciencia", que es pilar del pensamiento contemporáneo.

 

El origen de la vida, un ejemplo del modelo kuhniano de desarrollo histórico del conocimiento

Resulta interesante aplicar el modelo de estructura y desarrollo de las ciencias, formulado por Kuhn, a diversas disciplinas y a distintas etapas de la historia del conocimiento; para ello, en el caso de la biología trataremos a manera de ejemplo el problema del origen de la vida. De acuerdo con la concepción kuhniana, la biología se constituye como ciencia durante el siglo XIX, hasta el momento de contar con verdaderos paradigmas, los cuales constituyen la teoría celular formulada por Schleiden y Schwann (1838), la teoría de la homeostasis planteada por Bernard (1878), la teoría de la evolución propuesta por Darwin (1859) y la teoría de la herencia elaborada por Mendel (1866) y redescubierta (1900) por Correns, Tschermack y De Vries (Ledesma Mateos, 1993).

En consecuencia, el problema del origen de la vida en sentido estricto, tal como lo concibe la biología, fue formulado de manera muy reciente, dado que es imposible hablar del origen de algo cuya conceptualización no existe. Por otro lado cuando nosotros hablamos en la actualidad del origen de la vida, nos referimos a ello desde una perspectiva que parte del establecimiento de dos de los paradigmas fundamentales de la biología, la teoría celular y la teoría de la evolución, e implica pensar en un proceso ocurrido en tiempos geológicos muy distantes (iniciado hace más de 3,500 millones de años) y no a la aparición (diríamos generación) de los seres con los cuales tenemos contacto aquí y ahora.

En verdad, el concepto del origen de la vida se presta a confusiones, pues no se distingue la diferencia entre lo que sería el problema de la generación de los seres con los que inmediatamente nos relacionamos, y el del origen de los primeros seres vivos sobre la tierra, que no es lo mismo, pues en la antigüedad lo segundo no podría pensarse en los términos en que lo conceptualizamos ahora. Por ello, debe destacarse que el problema respecto al origen de la vida es resultado de la presencia de un paradigma, es decir, de la teoría evolucionista darwiniana (en el marco de otro, la teoría celular), y pudo aparecer como tal hasta las postrimerías del siglo XIX. Pero entonces, ¿cómo es posible que el mismo Alexander Ivanovich Oparin, creador de la primera teoría evolucionista sobre el origen de la vida, asegurase que este es un problema existente desde tiempos inmemoriales?

En efecto, Oparin afirma lo anterior, y con ello incurre en un grave error teórico (1970), producto del estado de desarrollo de la teoría de la historia de las ciencias en el contexto en el cual él vivió y formuló sus planteamientos. Oparin y muchos otros han pensado que el problema de la generatio equivoca o generación espontánea es identificable con el del origen de la vida, y en esta asimilación simplista radica el error. Podría decirse que el problema de la generación espontánea es el del origen de la vida, pero en sincronía, esto es, se refiere a cómo se origina la vida que vemos aquí y ahora, con la cual tenemos contacto de manera directa, pero de ninguna manera es igual al problema del origen de la vida en sentido estricto, es decir, a cómo y cuándo apareció ésta por vez primera en nuestro planeta, o sea, el problema planteado en diacronía, el "tiempo largo" o geológico (Ledesma Mateos, 1996).

Dicho así, las cosas, cambian mucho, pues no es lo mismo hablar de la aparición de los seres vivientes concretos y actuales, que del surgimiento de aquéllos primeros, con los cuales el fenómeno de la vida hace su aparición, y para plantearse esto último es necesario contar con marcos distintos de asimilación de la realidad, tal como se derivan del advenimiento del paradigma evolucionista. Por todo ello, al referirnos al problema del origen de la vida en forma sincrónica, es preferible hablar del relacionado con la generación de los seres y dejar la denominación "origen de la vida" para el problema en diacronía.

Pero el problema del origen de la vida, diacrónicamente entendido, tiene raíces en el que le precedió, el de la generación de los seres y, así, la consolidación de la teoría Oparin Haldane como paradigmática requirió de una ruptura o corte epistemológico con la concepción preparadigmática existente. Aquí resulta oportuna la utilización del término preparadigma, dado que es imposible hablar de paradigmas en un contexto en el que, si bien existe actividad científica, no se puede hablar de comunidad científica estructurada e intersubjetiva, lo que el mismo Kuhn define como periodo preparadigmático.

Por todo lo anterior, la generación espontánea no está en línea con el origen de la vida, pero en ese afán idílico por encontrarle paternidad a todo y hacer historias lineales, en una forma incorrecta se le coloca como "antecedente directo", cuando en realidad el primer enfoque de la idea de generación es entenderla como reproducción, por lo que hay una generación normal o reproductiva y otra espontánea o heterogénesis.

En el mundo antiguo imperó la idea de que los seres vivos pueden originarse en la materia inorgánica, esto es, por generación espontánea, o bien en materia putrefacta, lo que se llama heterogénesis (Farley, 1977), y esto fue algo universalmente aceptado en aquellos tiempos, y por tanto podemos decir que constituye un preparadigma mantenido de manera hegemónica hasta fines del siglo XVII, cuando Francesco Redi, poeta, anticuario, médico y naturalista florentino, publicó sus sencillos pero interesantes experimentos (1667), en los cuales demuestra la imposibilidad de la generación espontánea en los organismos conocidos en su época, los macroscópicos.

Como Charles Singer señala: "Los experimentos de Redi son inequívocos dentro de su alcance, e irrebatibles sus argumentaciones en cuanto se refieren a las moscas carnívoras. Verificaba sus operaciones con lo que hoy se llama "método de los testigos" (controles) (Singer, 1947). F. Redi publicó el resultado de su trabajo en una obra titulada Esperienze intorno olla generazione degli insetti (Observaciones sobre la generación de los insectos), en la cual afirma:

Empecé a creer que todos los gusanos hallados en la carne derivaban de moscas y no de la putrefacción. Lo confirmé al observar que, antes de agusanarse, sobre la carne revoloteaban moscas exactamente de la misma clase que luego se creaban en ella. La creencia no confirmada por experimentos es vana. Puse, en consecuencia, una víbora (muerta), un pez y un trozo de carne de ternera en cuatro grandes frascos de boca ancha. Los cerré y sellé. Luego llené el mismo número de frascos en igual forma, dejándolos abiertos, y se veían moscas que constantemente entraban y salían de ellos. La carne y el pescado allí guardados se agusanaron, pero en los frascos cerrados no había gusanos, aunque el contenido estaba podrido y hedía. Afuera, en la tapa de los frascos cerrados, algunas larvas buscaban ansiosamente alguna hendidura para penetrar, de manera que la carne de animales muertos no puede engendrar gusanos a menos que sean depositados en ella huevos de seres vivos.

En vista de que el aire había sido excluido de los frascos cerrados, realicé un nuevo experimento para evitar toda duda. Puse carne y pescado en un vaso cubierto con gasa. Para mejor protección contra las moscas, lo coloqué en un armazón también recubierto con gasa, y jamás vi gusanos en la carne, aunque había muchos en el armazón y, de cuando en cuando, algunas moscas se posaban en la zona externa y sobre ella depositaban sus huevos (Singer, 1947).

A pesar de que Singer aceptó contradictoriamente la generación espontánea de los insectos que surgen de las agallas de las plantas, afirmación refutada de manera certera por Vallisnieri en 1700, es frecuente atribuir a Redi el mérito de haber destruido la creencia en la generación espontánea, aunque esto no duró por mucho tiempo. Redi refuta la idea de la generatio equivoco, pero sólo en el mundo macroscópico, y como a menudo ocurre en esta vida, cuando por fin encontramos las respuestas, cambian todas las preguntas, y se da también un cambio de problemática y de marcos de interpretación de la realidad al descubrirse [inventarse] el microscopio, por medio del cual, hombres como Anton van Leeuwenhoeck de Delft, hizo evidente desde 1645 la existencia de los microorganismos, descubrimiento presentado ante la Royal Society en 1673. Este también hizo patente en 1673 la existencia de los glóbulos rojos de la sangre, de los infusorios en 1675, de los espermatozoides en 1677 (en verdad fue Luis Hamm quien los descubrió, pero Leeuwenhoeck los describió y asoció con la generación) y de las bacterias en 1683.

Tenemos aquí el nuevo planteamiento preparadigmático de que en el mundo de los organismos microscópicos es donde ocurre la generación espontánea y, de ahí, el enfrentamiento entre dos concepciones preparadigmáticas que pugnan por erigirse como verdaderas, la abiogenista que sostiene la validez de la generatio equivoco en el mundo microscópico, y la biogenista, que afirma que todo ser viviente debe proceder de un progenitor similar que le dé origen. El enfrentamiento entre estas dos concepciones abarca un interesante periodo histórico, previo a la etapa de constitución de la biología como ciencia, y refleja en buen grado la tesis kuhniana relativa a que en el periodo anterior a la constitución de una ciencia existen varias escuelas o posiciones encontradas que se disputan la legitimidad.

Este es el marco en el cual se dan las famosas polémicas entre John Turberville Needham y Lazzaro Spallanzani, quienes calentaron caldos e infusiones, sometiéndolos a ebullición para eliminar los microorganismos y observar si se producían nuevamente. El primero calentó caldo de carnero en un recipiente que luego cerró con un tapón de caucho y selló con mastique para evitar la entrada del aire; a pesar de ello, al observar una muestra al microscopio tiempo después aparecieron los microorganismos. Spallanzani lo refuta, sosteniendo que no basta con la ebullición para eliminar los microorganismos, sino que es necesario considerar el tiempo en que ésta se realiza, y además sellar de manera previa el recipiente para evitar el contacto con el aire; para ello, Spallanzani selló la ampolletas con un soplete, y más tarde pudo observar que no se formaron microorganismos en ellas. No obstante, los partidarios de la generación espontánea sostuvieron en contra de esta evidencia que el sellar los recipientes previamente a 1a ebullición e impedir el contacto con el aire arruinaba o impedía la acción del principio vital contenido en el aire, idea que se fortalecía con el argumento de que la "función vital es 1a respiración".

En el siglo XIX, la polémica continuaba y tuvo su punto de culminación en el enfrentamiento teórico entre Louis Pasteur y Félix Archiméde Pouchet, quien sostenía que los mi croorganismos producidos tras la fermentación y la putrefac ción se generaban de manera espontánea, debido al puro hechode sus cambios químicos; para él, la fermentación era el esta do inicial del proceso por el cual los seres vivos se originan de "la descomposición de la sustancia orgánica existente" (Nordenskiolld, 1949), lo cual fue plenamente refutado por la ai gumentación teórica de Pasteur, relativa a la fermentación, y por sus geniales experimentos. El sostuvo que los organis mos microscópicos responsables de la fermentación prove nían del aire, y para comprobarlo hizo pasar éste por filtro 5 de algodón y encontró que al sumergir el mismo en agua, 5 e habían retenido millares de pequeños microbios. Por otr a parte, hizo ebullir caldos nutritivos, sellando herméticame~ te los frascos que los contenían, y demostró que, al faltar e 1 contacto con el aire, no hay producción de estos seres.

Ante la objeción de la necesidad de aire, el cual contien e el principio vital o vivificador, Pasteur sometió sus caldos este rilizados al alre más limpio de las altas montañas, sellando luego sus recipientes y mostrando nuevamente que no había producción de vida, y dada la reiteración de las objeciones realizó e1 experimento de los "matraces de cuello de cisne", que le fue sugerido por el boticario Balard (De Kruiff, 1986), el cual consiste en la elaboración de matraces con el cuello curvado e] forma de "S" (como el de un cisne), en los que se esterilizaron los caldos de cultivo por ebullición, y luego de ello los gérmenes presentes en el aire no pueden entrar en contacto con el caldo, pues se retienen al adherirse en la curvatura del cuello del matraz.

Así, en 1861, el trabajo de Pasteur liquida de manera definitiva a personajes como Svante Arrhenius en Holanda y Lord W. Kelvin en Inglaterra, quienes plantearon las teorías de la Cosmozoa y de la Panspermia, la primera de las cuales sostiene que las esporas de los organismos viajan con el polvo cósmico, a manera de nubes, y la segunda afirma que los seres vivos llegaron de otros planetas por medio de esporas transportadas en meteoritos.

Desde la perspectiva evolucionista, las principales tendencias a este respecto fueron la de Ernest Haeckel en Alemania, quien afirmaba que los organismos primigenios, a los que el llamó plastídulas, se formaron por un proceso material llamado perigénesis o actividad modeladora de las fuerzas fisicas sobre la materia inorgánica; la de Tito Glio Tos en Italia, que antecedió a Oparin en la idea de que la vida pudo haberse originado por medio del fenómeno fisicoquímico de formación de coacervados, y la de Alfonso L. Herrera en xico, que elaboró sus interesantes modelos a partir del tiocianato de amonio y del formaldehido, llamados sulfobios, así como los de aceite de oliva, gasolina, hidróxido de sodio y hematoxilina, a los que dio el nombre de colpoides.

Cabe señalar, con gran orgullo y satisfacción, que en este aspecto las contribuciones del gran científico mexicano don Alfonso L. Herrera son de las más avanzadas en su época, situación a la que científicos de fama internacional en este campo han dado crédito (Oparin, 1978, en Lazcano y Barrera, 1978; Fox y Dose, 1972).

Sin embargo, es hasta el año de 1924 cuando A.I. Oparin publica su libro El origen de la vida en la Tierra, donde aparece la primera explicación materialista coherente sobre el problema del origen de la vida, replanteando el obstáculo presentado por Pasteur, bajo el marco del paradigma evolucionista darwiniano. En su estado primitivo, el planeta Tierra se encontraba en condiciones ambientales radicalmente distintas a las actuales, por lo que ahí era posible un proceso de síntesis prebiológica de biomoléculas, las cuales entrarían en una fase de evolución química que generaría estructuras de mayor complejidad, dando origen a sistemas que pasarían a una etapa de evolución prebiológica, luego de lo cual, estos primitivos seres vivos estarían sujetos a la evolución biológica. Dado que en 1928, J.B.S. Haldane llegó a una formulación muy similar, hablamos en la actualidad de la teoría Oparin-Haldane, la cual hasta después de los trabajos de Stanley Miller en 1953, sería aceptada mundialmente, convirtiéndose en un nuevo paradigma.


En el ejemplo de la historia del origen de la vida podemos aplicar claramente las diferentes categorías del modelo kuhniano de desarrollo científico, ubicando la etapa de una preciencia, así como los procesos que conducen a la transición hacia una etapa de cientificidad definida, circunstancia que va aparejada al proceso de constitución de la biología como ciencic al momento que se dio el establecimiento de sus paradigmas fundamentales (Ledesma Mateos, 1993). Aquí encontramos la presencia de nuevos problemas, de enigmas, de crisis, de rupturas y de una revolución científica que consiste en la aceptación universal de la biogénesis por la comunidad científica, como consecuencia del trabajo de Pasteur. Por ello, el estudio del desarrollo del problema de la generación de los seres y, posteriormente, del origen de la vida, resulta de utilidad para resaltar el valor explicativo y el poderío del pensamiento de Thomas S. Kuhn.

 

Bibliografía.

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